
Origen bíblico Lc 2, 22-40
En tiempo de Jesús, la ley judía prescribía que toda mujer que hubiese dado a luz, debía presentarse en el templo para purificarse a los cuarenta días. Si el nacido era varón, debía ser circuncidado a los ocho días mientras su madre permanecía en su casa durante un tiempo purificándose en el recogimiento y la oración. Cumplido este tiempo, la madre acudía al templo justo a su esposo para llevando una ofrenda. Con relación al niño, la ley del Señor, ordenaba que todo primogénito debía ser consagrado al Señor (Lc 2, 23). Todo este itinerario lo llevaron a cabo José y María con el Niño Jesús, nuestro Mesías.
Estando en el templo, el anciano Simeón, impulsado por el Espíritu de Dios, tomó en sus brazos al Niño y lo bendijo profetizando que Él sería la luz que iluminaría a todas las naciones y a su Madre María, le dijo que una espada atravesaría su alma, pues, sufriría mucho a causa de la suerte de Jesús.
Cada año, el 2 de febrero, la Iglesia recuerda esta fiesta de la presentación del Señor, llevando alguna imagen del Niño Dios a la parroquia. De igual forma se recuerdan las palabras de Simeón, llevando candelas llevando velitas a bendecir, las cuales simbolizan a Cristo, luz del mundo. De ahí que esta fiesta sea también conocida como la candelaria.
Relación con la Vida Consagrada
En el año 1997 el Papa San Juan Pablo II, instituyo la Jornada Mundial de oración por Vida Consagrada, dentro de la fiesta de la Presentación del Señor. Así como Jesús fue presentado y consagrado al Señor en el templo, de la misma manera las personas consagradas se presentan a Dios ofrendando su vida total en estrega y amor. Donan su vida plena al Señor, para servirlo en los hermanos de toda condición, para alabanza y gloria de su Nombre.
El valor y sentido de esta fiesta con relación a la Vida Consagrada,
- Apreciar el testimonio de todos aquellos/as que han respondido a la llamada de Dios para seguir a Cristo más íntimamente mediante la vivencia de los consejos evangélicos y al mismo tiempo y de manera especial, una oportunidad para que estos (consagrados/as) renueven sus propósitos y adhesión en su entrega generosa al Señor.
- Darle gracias a Dios por el gran y maravilloso don de la vida consagrada que ennoblece y anima a la comunidad cristiana con la diversidad de sus gracias y carismas; a la vez con los virtuosos y edificantes frutos de tantas vidas consagradas enteramente en la construcción Reino. No olvidemos nunca que la vida consagrada, aunque implique una respuesta del hombre, es, ante todo, una gracia y un don que viene del cielo, una iniciativa amorosa de Dios que seduce el alma de sus criaturas para una misión específica, (En la exhortación apostólica post-sinodal Vita Consecrata, publicada en 1996 por Juan Pablo II, n. 17).
- La gran y real urgencia de que este don de la vida consagrada se manifieste cada vez más «llena de gozo y de Espíritu Santo», se lance con energía y celo por los caminos de la de la evangelización, sea creíble por el vigor de su testimonio valiente y decidido, ya que «el hombre de nuestro tiempo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos» (Evangelii nuntiandi, n. 41).
Que la fiesta de la presentación del Señor y por consiguiente esta jornada mundial de oración de la vida Consagrada, lleve cada vez mas a nuestro pueblo cristiano a revivir y la fe, la esperanza y la caridad en mundo casi que analfabeta en estas virtudes que tiene como objeto y sujeto a Dios. Esta es nuestra esperanza, al ejemplo del anciano Simeón.